Fue un privilegio poder estar hoy en Santiago para asistir a la celebración del día del patrón en pleno Año Santo. Y un privilegio mayor poder estar entre los fogones en los que se cocinan las noticias que se difunden, no sólo por Galicia y España, sino por todo el mundo.
Santiago -la ciudad- tira, pero el Apóstol, mucho más. En los informativos se habla de cifras, de récords que se han batido este año respecto a los anteriores Años Santos. Pero si existen esas cifras y se batieron todos los récords es porque había muchas personas. Personas concretas, que han querido asistir hoy a la celebración, a pesar de las colas, de los calores, de las incomodidades, de los dolores. Es cierto que la presencia de los Reyes ayudó a darle importancia a los actos, como también se la daban los montones de peregrinos que guardaban pacientemente cola para poder entrar en la Catedral para la Misa, aún sabiendo que no lo iban a conseguir.
La verdad es que ver a las tres de la tarde, con casi treinta grados al sol y sin sombra, colas que ya no se sabía por qué calles continuaban para entrar a darle el abrazo al Apóstol, a mí me decía que sólo por folklore o por turismo no era. Era imposible. Nadie podría aguantarlo si no fuera por un empuje mayor, por una fe que te mueve a hacer lo que no crees ser capaz de hacer.
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