Pasaba un rato de medianoche, y si no fuera porque los autobuses se marchaban, daba la impresión de que nadie quería abandonar el estadio. La última noche, como casi todas estos días, iba a ser breve, pues la Misa el domingo comenzaba a las diez en punto, TVG obligaba, perfo a muchos, si les dicen de quedarse ya en san Lázaroa dormir, seguro que se apuntaban.
Al día siguiente más de lo mismo. Mucha gente, mucho orden, mucho respeto. Muchas ganas de celebrar la Eucaristía, pocas de irse a sus lugares de origen. La Misa es la despedida, y eso se nota. Ganas de expresar la alegría de lo vivido, de poder ponerse de nuevo en contacto con las amistades ganadas, de verse en la JMJ de Madrid.
Esperando a que empiece la celebración, el grupo de música -PEDAL- intenta crear amiente celebrativo. En este grupo participaron también voluntarios lucenses, con el mérito añadido de que llevaban todo el curso preparando los cantos. Será por eso que, especialmente en la Eucaristía del domingo sonaron tan bien las canciones, que por momentos parecía un grupo profesional contratado para tal cometido.
Más representantes lucenses, con un cometido diferente.
Los obispos concelebrantes se dirigen al particular presbiterio.
Más de 300 sacerdotes , situados debajo del estrado que hizo de altar.
Y de esos, más de 130 repartieron la Comunión con un orden casi marcial.
Con gradas llenas como estaban, impresionaba el silencio que reinaba cuando la celebración lo requería.
Al terminar la celebración, se repartió un ejemplar del periódico PEJegrino, que en 16 páginas quería ser un recuerdo de lo más importante que había sucedido durante esos días.
Y el Icono y la Cruz fueron entregados a una representación de la diócesis de Oporto, encargada de su custodia en su recorrido por Portugal.
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